Diez gráficos que deberían poner los pelos de punta a los futuros pensionistas.
El nivel de vida que disfrutarán los futuros jubilados españoles se reducirá a la mitad en comparación con su período en activo.
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El futuro de las pensiones en España es motivo de gran preocupación, ya que las proyecciones indican una drástica reducción en los ingresos de los jubilados en comparación con sus salarios en activo. A pesar de las declaraciones optimistas de las autoridades, la realidad demográfica y económica señala que tanto los pensionistas actuales como los futuros enfrentarán una disminución progresiva en su poder adquisitivo. Esto se debe, en gran parte, a que la revalorización anual de las pensiones, fijada en un mínimo del 0,25%, no compensa la inflación.
El sistema de reparto que financia las pensiones se basa en la relación entre trabajadores en activo y jubilados. En España, las cotizaciones de los empleados no se acumulan en un fondo de inversión, sino que se usan directamente para pagar a los pensionistas. Como resultado, la viabilidad del sistema depende de que haya suficientes contribuyentes en relación con el número de jubilados. Si la cantidad de trabajadores disminuye y el número de pensionistas aumenta, el sistema se debilita, que es precisamente lo que está ocurriendo.
Este fenómeno no es exclusivo de España, ya que muchos países desarrollados enfrentan el reto del envejecimiento poblacional. Sin embargo, la situación española es especialmente grave debido a dos factores clave. Por un lado, la reducción de la natalidad ha sido drástica en las últimas décadas, con una tasa de fertilidad de 1,3 hijos por mujer, muy por debajo del 2,1 necesario para el reemplazo generacional. Por otro lado, el país tiene una de las esperanzas de vida más altas de Europa, con un promedio de 83,3 años.
Como consecuencia de estos cambios demográficos, se prevé que en los próximos 50 años la proporción de población infantil y juvenil disminuirá un 33%, mientras que la población en edad laboral caerá un 27%. En contraste, el segmento de personas mayores de 65 años aumentará en un 66%, lo que hará que representen más de un tercio del total de la población en 2066. De manera aún más preocupante, el grupo de mayores de 80 años se multiplicará por 2,6.
Estos cambios tendrán un impacto significativo en la estructura de la población, con un aumento de la edad media de los ciudadanos, que pasará de 42 años en 2016 a 52 años en 2066. Además, las previsiones no indican una llegada masiva de inmigrantes que compense la caída de nacimientos, lo que llevará a una reducción de 5,4 millones de habitantes en las próximas cinco décadas.
Uno de los efectos más críticos de este envejecimiento poblacional será la caída de la tasa de dependencia, es decir, la cantidad de personas en edad de trabajar en comparación con la cantidad de jubilados. Actualmente, hay 3,7 personas en edad laboral por cada pensionista, pero para 2066 se espera que esta cifra se reduzca a 1,6. No obstante, el problema es aún más grave si se considera la alta tasa de desempleo estructural de España, lo que reduce la proporción de cotizantes en relación con los pensionistas. Se estima que la tasa real de dependencia efectiva, hoy en torno a 2,1 trabajadores por jubilado, caerá a la mitad en el futuro, es decir, cada trabajador deberá sostener a un pensionista.
Desde 2012, el déficit del sistema de pensiones se ha vuelto estructural, ya que las cotizaciones no alcanzan para cubrir los gastos. En 2014, las contribuciones solo financiaban el 88,6% de las pensiones contributivas, lo que obligó a utilizar el Fondo de Reserva de la Seguridad Social. En pocos años, esta llamada ‘hucha de las pensiones’ ha pasado de 66.000 millones de euros a apenas 15.000 millones, una caída del 77,5% entre 2011 y 2016. Si el ritmo de gasto se mantiene, el fondo se agotará completamente en poco tiempo. Ante este panorama, el Gobierno ha recurrido a la emisión de deuda pública para cubrir el déficit, una medida que solo aplaza el problema sin resolverlo.
El envejecimiento de la población también significa que, a partir de 2023, comenzará a jubilarse la generación del ‘baby boom’, lo que incrementará aún más la presión sobre el sistema. Habrá que pagar más pensiones y durante más años, en un contexto donde el número de trabajadores en activo seguirá disminuyendo.
Todo esto se traducirá en una drástica reducción de la tasa de sustitución, que mide el porcentaje del salario que un trabajador recibe al jubilarse. En 2014, esta tasa superaba el 80%, mientras que hoy se sitúa en torno al 74%. Sin embargo, las proyecciones indican que caerá hasta el 45% en 2050, lo que implica que los futuros jubilados verán reducida su calidad de vida a la mitad en comparación con su etapa laboral.
En definitiva, el sistema de pensiones español enfrenta un futuro insostenible si no se toman medidas estructurales. El envejecimiento de la población, la baja natalidad y el déficit financiero del sistema indican que los próximos pensionistas recibirán prestaciones mucho menores de las actuales. Para evitar un colapso, será imprescindible reformar el modelo de financiación y fomentar el ahorro privado para la jubilación.
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